Hace unos días compartí contigo que no todo en todo en casa es perfecto. Había tenido un par de días pesados con los niños y no todo había sido color de rosa. Más bien me atrevería a decir que hubo poco rosa esos días.
Ayer también fue una mañana difícil. Mi hijo nada mas no cooperaba. No al grado de los otros días, lo cual me permitió tener más paciencia, pero estuvo complicado. Gracias a Dios, me hizo una carta y hablamos. Después de un rato pudo relajarse y disfrutar la tarde. Fue tanto el cambio de actitud, que se puso a hacer quehacer con su hermana y trabajaron como un verdadero equipo. En lugar de ver quién hacía menos o por qué el otro hacía lo más fácil, se coordinaron y trabajaron entre los dos. La verdad escucharlos trabajar y hablar así fue música para mis oídos, al grados que al terminar los felicitamos mi esposo y yo y les dijimos que habían ganado unas donitas de canela que habíamos comprado para el día siguiente.
En la noche, antes de acostarme, leí la carta y consideré necesario responderla en persona. Así que me coordiné con mi esposo para que saliendo nosotros de Misa nos pudiéramos ir a tomar un café o cenar, mientras él cuidaba al resto de los niños. Nada más dependíamos de que el bebé nos diera chance de salir.
Gracias a Dios el hermanito nos esperó. Fuimos a cenar un café y malteada y un muffin. Fue una plática muy productiva. Me dijo lo que sentía, fuimos revisando cada uno de los puntos de su carta, los fuimos aclarando, viendo cómo podíamos manejar lo que él sentía en futuras ocasiones, viendo opciones para que no se volviera a sentir mal. Tuvimos oportunidad de ver cómo la fe le puede ayudar a superar esas dificultades que le presenta la vida. Le expliqué cómo es que puede poner en práctica todo lo que hemos estudiado. Fue una oportunidad para que él entendiera de manera real de qué le sirve conocer vidas de santos, ir a Misa, rezar el Rosario y las demás prácticas religiosas que hacemos en casa.
Creo que desde la mañana que le comenté a mi hijo sobre salir por un pastel estaba emocionado, vi una actitud muy positiva en él. Sentirse especial, tomado en cuenta, importante, que su problema no era ignorado vi que hizo que le brillaran los ojos. Fue un detalle sencillo pero siento que ayudó mucho a su seguridad y autoestima. No siempre podemos darnos el lujo de salir a platicar, pero esta ocasión lo ameritaba. Le dije que si el hermanito nacía antes de la noche, le pediríamos al pá que nos trajera un pastelito para cenar en casa.
De verdad vale la pena hacer esto de vez en cuando con nuestros hijos. A mi me pasa mucho que voy con el ritmo de la vida y no me doy estos espacios personales con mis hijos. Te invito a hacerlo, ya sea planeado o espontáneo, son momentos en que los lazos de confianza y amor se fortalecen y eso es base para su vida futura.
Nuestra razón para hacer homeschool son nuestros hijos. Démonos la oportunidad de compartir con ellos un espacio exclusivo.
¡Ánimo, el Cielo nos espera!